Tener a alguien desaparecido en democracia hiere. Causa indignación y desamparo ver que quienes tienen la misión de esclarecer todo no lo hacen. Lo sufren los Roldán en Chile y los Bortot en Inriville.
El dolor de quien pierde a un ser amado en un episodio criminal es algo lacerante, inentendible e indescriptible. Quizá, como triste y lastimoso consuelo, le quede la posibilidad de tener a ese alguien y despedirlo, más allá de que el o los responsables de haber causado ese mal hayan sido atrapados, sometidos a la Justicia y condenados.
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