La luna, redonda y atardecida, está colgada como un far ol gigante; pasa un avión volando bajo y la atraviesa de orilla a orilla. Bajo el cielo de esta plaza sin nombre, el final del día se deja sentir como una pequeña celebración de lo cotidiano, como una canción fresca: chicos que juegan a la pelota, mujeres que llegan con el mate a sentarse en el pasto, árboles recién plantados; la vida que late joven...
Está al norte de la ciudad, a espaldas de CPC de Monseñor Pablo Cabrera. Una plaza brilla al atardecer, pero los vecinos no conocen su nombre.
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