El salón comunitario que funciona en el corazón de villa La Tela arde a las 7 de la tarde. Hay niños que van, otros que vienen. Son los chicos violinistas de este asentamiento precario que se levanta desde hace años a la vera de la ruta 20.
Roque, el papá de Claudio, corta unas maderas de kiri que, luego, se convertirán en mandolinas. Dice que aprende y ayuda. Mientras, en la casa de Zulema, la vecina del frente, se preparan buñuelitos y té. Para muchos será lo último que coman antes de ir a dormir.
Realizan mandolinas con un reconocido “luthier”. Los maestros aseguran que es una oportunidad única. La orquesta de cuerdas creció y los chicos mejoraron en la escuela.
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